Cuando tenía cuatro años, era una mañana soleada, y como niños, no teníamos preocupaciones. Salimos a jugar al patio, y cuando entramos la profesora nos sentó en círculo y nos hizo una simple pregunta ¿Quien había desordenado el rincón de juegos de madera?.
En vista de que nadie respondía, la profesora nos hizo realizar un ejercicio bien simple: pondríamos todos nuestra vista fija en el suelo, y el que estuviera mintiendo, tendría una mancha roja en la cabeza, que sólo ella podría ver .
Comenzó a caminar, y todos estábamos angustiados. Se detuvo en mi lugar y me sindicó como la autora del ilícito. Yo, sin entender nada, reclamaba, pues no había hecho ese desorden. La profesora no me creyó, y finalmente yo tuve que ir a ordenar ese rincón de juguetes.
Y así fue como ese día, a los cuatro años, tuve mi primera aproximación a la (in)justicia.
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