Esta semana, tristemente, hemos sido testigos de un triste y cruel acontecimiento, digna trama de una melancólica película de antaño: dos ancianos, en un pacto de muerte – o de vida, según como se quiera mirar – deciden dar fin a sus días con un arma de fuego, disparando primero el abuelito a su señora, para darse muerte con la misma fatalidad con el arma homicida.
Una noticia de tal magnitud, sin lugar a dudas, toca el fondo de nuestros corazones y nuestra consciencia, pues no nos puede dejar indiferentes como seres humanos y seres integrantes de una sociedad ver el sufrimiento de un grupo dentro de esta.
A su vez, no es primera ocasión en la cual escuchamos algo de esta naturaleza: ya el año pasado, en un acto de amor y justicia poética, dos ancianos, que no tenían descendencia, decidieron dar fin a su vida en un acto similar, justo el día en que la señora iba a ser trasladada a un asilo.
Según cifras de la ONU en “World Population Prospects: the 2015 Revision (Perspectivas de la población mundial: Revisión de 2015)”, el 62% de la población, al año 2015, radica entre 15 a 59 años, es decir, existe un porcentaje altísimo de personas en vías de envejecimiento, lo cual nos indica que en el corto plazo, por razones tanto de demografía como de lógica, los adultos mayores serán quienes dominen la cifra mundial de población con creces.
Frente a tales afirmaciones, surgen dudas en relación a lo que sucede en nuestro territorio nacional …. ¿Qué derechos tienen nuestros adultos mayores en nuestro país? ¿Cómo podrían hacer efectivos estos derechos?
Lo primero que se me viene a la mente son dos artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que están en directa relación con este supuesto. Así las cosas, dice el artículo 22 que “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad”. Más adelante, complementando esta disposición, tenemos el artículo 25 inciso primero, el cual establece que “1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.”
No es baladí tampoco, recordar algunos de los principios básicos que nos dan las Naciones Unidas en favor de las personas de edad – esto ya esbozado en el año 1991 -, los cuales se elaboran con el fin de “dar más vida a los años que se han agregado a la vida”. Estos principios, sucintamente, serían la independencia, la participación, la facultad de obtener cuidados específicos ya sea de su familia o de agentes gubernamentales, la autorrealización y la dignidad.
Es legítimo dudar sobre si en nuestro país estos supuestos básicos y de lógica se están dando para con nuestros adultos mayores. En culturas orientales, la figura de un hombre o mujer mayores, son figuras cuasi sagradas: no se les puede faltar el respeto, pues a ellos se les debe natural y obviamente todo el respeto que pueda darse, son los primeros a quienes se debe saludar en una casa, y se les mira con admiración y reverencia antes de cualquier cosa. Por el contrario, en nuestra cultura, la imagen del anciano se convierte en una imagen tediosa, de alguien que se convierte en una carga y cuyas canas son sinónimo de molestia más que de admiración.
Nuestra legislación admite toda la protección internacional que se le pueda dar a los adultos mayores, e inclusive, tiene protecciones internas que van en pos del bienestar de este grupo etario, como lo es por ejemplo ser prioridad y sujeto de riesgo en casos de violencia intrafamiliar, la posibilidad de demandar pensión de alimentos o de obtener jubilaciones. Pero en este punto, volvemos a los mismos principios que consagra la ONU, por sobre todo, los dos últimos: autorrealización y dignidad … ¿Qué tan dignas son las pensiones y el trato que damos, de forma efectiva a nuestros adultos mayores? ¿Es legítimo que nuestros adultos mayores, sumidos en un espiral de desesperación, tengan que llegar al siniestro supuesto de tener que endeudarse para poder conseguir algo de calidad de vida, llegando inclusive a tener que acceder a realizar contratos abusivos de leasing? ¿Qué hacer con aquellos adultos mayores que no tienen acceso a una salud básica, en donde sus necesidades biológicas y de salud mental se vean completamente cubiertas? ¿Cómo podríamos apalear el abandono? ¿Es acaso adecuado que un adulto mayor trabaje por necesidad a sus 80 años, más que por voluntad propia?
Para cerrar esta columna en forma concreta, según cifras de IdeaPaís “En Chile un 13% de los adultos mayores viven solos, cifra que aumenta a un 19% en el caso de los mayores de 80 años. Incluso, un 4% de los adultos mayores viven en condiciones de aislamiento familiar severo asociado al abandono.” Además, se indica que “el número de personas de la tercera edad ha crecido un 163% en los últimos 30 años.”
Puede existir legislación que abogue por un bienestar extendido a ciertos grupos, pero la legislación es letra muerta cuando no se concreta en la realidad. Pueden existir políticas de apoyo estatales para adultos mayores, pero si no hay políticas de apoyo desde nuestro núcleo social y desde el interior de nuestra cultura, la institucionalidad se torna estéril. La realidad de nuestro país es que hoy somos una franja de tierra larga y angosta, en donde cada vez veremos más personas mayores. En conjunto con aquello, se van evidenciando las carencias y falencias que tenemos en nuestro planteamiento estratégico, técnico y cultural en relación a como poder abogar por los vetustos principios de la ONU establecidos para los adultos mayores – nuestros abuelitos, nuestras raíces, nuestro sustento, nuestros constructores de país - , principios que ya llevan casi 30 años de vigencia, pero que hasta el día de hoy nos dejan en una gran deuda, por sobre todo en relación a un simple término que da fe en vida de nuestra principal insuficiencia en materia de adultos mayores, y que debiera ser el norte en el cual trabajemos como actores sociales dentro del corto plazo: dignidad.